viernes, 8 de mayo de 2020

POR EL MUSEO DEL PRADO CON SARA. ISABEL DE FARNESIO, 2ª PARTE

Espetacular retrato de Isabel de Farnesio, obra de Louis Michelle Van Loo, 1739.
Museo del Prado, en depósito en la embajada de España en Londres.
        Seguíamos ante el cuadro barroco de Bernardo Strozzi, aunque Sara continuaba aportándome detalles muy interesantes sobre la vida y obra de Isabel de Farnesio; tiempo habría para que me hablara de aquella pintura más tarde.
–Como te decía, la nueva reina resultó ser todo lo contrario de lo afirmado por Alberoni, era una mujer de fuerte carácter, y la maniobra política ejecutada en Jadraque había supuesto la eliminación de un obstáculo importante en la corte para ella. Ahora tocaba agradecer al abate su fidelidad con suficiente generosidad y, en poco tiempo, fue nombrado Grande de España, Consejero Real y Obispo de Málaga.
–Creo que se le pagaron con creces sus servicios.
–Es evidente. Así que, de 1714 a 1746, Isabel de Farnesio llevaría directamente las riendas de la política española, salvo los ocho meses que duró el reinado de Luis I, cuando Felipe V abdicó en favor de su hijo; unas viruelas mayores resultaron fatales para el joven monarca. Este periodo también tuvo su miga –aventuró avivando mi interés-.
–Pues adelante. Me gusta el cotilleo.
–Lo sé –dijo escueta con la seguridad de que había despertado mi curiosidad de nuevo–. Y lo que te voy a contar te va a gustar más por su tinte escatológico. Verás. Al Príncipe de Asturias en aquel momento, de quince años de edad, e hijo primogénito del primer matrimonio de Felipe V y María Luisa Gabriela de Saboya, se le concertó matrimonio con Luisa Isabel de Orleans, de apenas doce, en 1722. Y desde un principio la niña demostró no estar bien de la cabeza. En la corte la llegaron a llamar la “reina loca”. Isabel de Farnesio se refería a ella con algo más de contundencia; la llamaba la “sarnosa”.
–Esto se pone apasionante… –comenté intrigado–.
–Padecía trastorno de personalidad y bulimia, y hacia cosas impropias de una princesa como pasearse descalza, poco vestida, o directamente desnuda por los jardines, eructar o ventosear en público.
–¡Caray con la niña! ¡Vaya joya! –exclamé divertido­–.
–Iba sucia, se negaba a asearse y a usar ropa interior. Y enseñaba sus partes íntimas con descaro al personal cuando le venía en gana. Incluso llegó a limpiar desnuda algunas estancias delante de los criados usando su propio vestido.
–Está claro. La cría estaba como un cencerro y tenía poco apego a la ropa, por lo que veo.
–Y más cosas, no comía públicamente y lo hacía compulsivamente a escondidas, le daba por subirse a los árboles… y se sabe que, en una ocasión, un criado, al ayudarla a bajar de uno intentando que desistiera en su actitud, recibió a cambio la sorprendente visión de todo su… “asunto”, creo que me comprendes –Sara se hizo entender perfectamente enarcando las cejas e inclinando la cabeza hacia un lado–. No llevaba nada debajo del vestido. Pero, curiosamente, al caer enfermo de viruelas el rey, permaneció a su lado, cuidándolo como la más amante de las esposas hasta su muerte. De hecho, ella también las contrajo, pero las supero. Tras morir Luis I, Isabel de Farnesio que, como puedes suponer, no le tenía mucho afecto, la devolvió a Francia; probablemente pensaba que vivir con un chiflado en la corte era suficiente para ella.
–No se andaba con tonterías la señora; ¡empaquetada en papel de regalo y a su casita! Sí, es posible que con dos no hubiera podido. –Le sonreí.
–No se andaba con zarandajas la Farnesio. Luisa Isabel mantuvo un tiempo una vida disoluta a cuenta de la pensión que recibía de España, e ingresó en un convento por dos años cuando se la retiraron por ello. Murió en París donde vivió el resto de su vida. Por lo tanto, Felipe e Isabel volvieron al poder, esta vez hasta 1746, fecha en que murió el monarca. La reina tuvo en total 7 hijos, y cumplió con creces sus tareas como madre y esposa; no era fácil vivir y reinar junto un enfermo, luchando contras sus “melancolías” y su obsesión por abdicar. Como te dije antes, incluso llegó a tomar la drástica e insólita medida de trasladar la corte a Andalucía de 1729 a 1733 para paliar su enfermedad en un clima más propicio. Pero resultaron ser alivios pasajeros; enseguida el rey recayó, no se aseaba, vivía de noche y dormía de día…etc.
–Estaba como una cabra también. Vaya costumbre tenían de no lavarse. Bueno, al menos en esas tierras la reina pudo conocer la magnitud de la obra de Murillo, comprar sus cuadros y, por lo que me has contado, el de la Verónica de Strozzi también.
–Eso es verdad. Tras la muerte de Felipe V, subió al poder Fernando VI, también hijo del primer matrimonio del monarca. El nuevo rey, ni se fiaba, ni simpatizaba con su madrastra, que siempre había tratado con desdén a los hijos de María Luis Gabriela de Saboya. Así que la desterró a la Granja de San Ildefonso. Allí vivió retirada sin que le faltara de nada, porque de eso se preocupó, antes de morir su marido.
–El bueno del Borbón le adjudicó una buena pensión, imagino.
–Dejó todo atado y viene atado en su testamente en ese sentido, además de expresar su voluntad de ser enterrado en la Colegiata de la Granja, no en el Escorial. Isabel de Farnesio estuvo allí hasta 1759 año en el que, al morir Fernando VI, fue requerida por su hijo, el futuro Carlos III, para que se hiciese cargo de la regencia hasta su regreso a Madrid para ser nombrado rey.
–Claro, era rey de Nápoles –recordé–.
–Y de las dos Sicilias. Tuvo que abdicar en su hijo para hacerse cargo de la corona española. Isabel regresó a la capital con todo su séquito, pero pronto volvió a retirarse; no se llevaba bien con su nuera María Amalia de Sajonia. Y murió en el palacio Real de Aranjuez, un sitio que le gustaba mucho porque su situación, a orillas del Tajo, le recordaba al paisaje de su infancia en Parma. Está enterrada junto a su esposo en la colegiata de la Granja de San Ildefonso.
        –He visitado el templo y las tumbas –afirmé–. Parece que no le gustaba que nadie le hiciera sombra –elucubré después en busca de confirmación–.
        –Bueno…son muchos años de llevar las riendas de un Imperio. Yo creo que es una figura histórica que ha sido maltratada. Sólo se habla de ella desde un punto de vista negativo, su amor al poder, su afán por buscar matrimonios ventajosos a sus hijos. Como te decía, era muy inteligente, recibió una educación exquisita, le gustaba estar informada, mantuvo abundante correspondencia con todo el que le interesaba, especialmente con sus hijos, y fue una de las mayores coleccionistas de su tiempo. Cuando llegó a España, aparte de su ajuar personal, joyas, vestimentas y demás, traía un importante cargamento de libros. Una vez aquí, logró recopilar varias bibliotecas, y acrecentar las colecciones reales significativamente; entre ella y su marido, se hicieron aproximadamente con 1200 obras de pintura. Sí recuerdas lo de las marcas en los cuadros, Isabel de Farnesio tenía más obras y, además, las de mayor calidad y relevancia. Compró más de la mitad de la gran colección de cuadros que poseía el famoso pintor Carlo Maratta a su muerte, 123 obras, y la mayor parte de la fantástica colección de escultura clásica que había atesorado Cristina de Suecia en Roma; ambas forman parte del museo. Y era muy hábil en los negocios; ordenó ocultar quien compraba las colecciones para evitar que subieran de preció, y consiguió algo no muy sencillo, que el Papa permitiera que esas obras artísticas salieran de Roma.
        –Por lo que dices, parece una mujer excepcional.
        –Además fue pintora, era una buena dibujante, riñó con su madre porque quería que Molinareto, retratista oficial de los Farnesio en Parma, viniera a España, y logró traer a la corte a uno de los mejores cantantes de su tiempo, Farinelli, y a algunas compañías de teatro punteras de varios países.
        –Farinelli. Creo que me hablaste de él en Aranjuez, el que cantaba para el rey todas las noches para evitar su “melancolía”, montaba escenografías en el Tajo, batallitas de barcos, obras de teatro…etc.
        –Sí. Vino para unos meses y se quedó 25 años. Tenía una voz excelente, ¿sabes por qué?
        –No. Hoy estoy aprendiendo muchas cosas. –Le sonreí.
        –Era un “castrati”, se cayó de un caballo y tuvieron que castrarlo. Luego le metieron en el conservatorio de música como hacían con muchos niños como él en Nápoles, y resultó tener una voz extraordinaria. Así que, si quieres seguir con tu timbre de voz actual procura no engañarme con otra, o te convierto en el Farinelli palentino. –Sara rio, haciéndome el gesto de la tijera con la mano derecha. Yo tragué saliva simulando dramatismo.
        –Ahora que lo dices me va sonando algo de que a pesar de que estaba prohibido, la necesidad llevó a algunas familias napolitanas a castrar a alguno de sus hijos para ver si les sacaban de pobres convirtiéndoles en cantantes.
        –Así era. Y sobre la fama de ambiciosa de la reina, creo que hizo lo que le tocaba hacer. O mandaba ella, o lo hacían los demás, y, con su carácter, era evidente que sería ella la que llevaría las riendas. No tienes más que ver el cuadro dinástico más famoso que se hizo de aquel tiempo, “La familia de Felipe V”; aparece representada en el medio de la composición y con el brazo izquierdo sobre la corona, mientras que el rey aparece a su derecha algo avejentado y mirando hacia un lado.
        –Creo que sé de qué obra me hablas; es de Van Loo, ¿verdad?
        –Muy bien. Y sobre su desmedido afán por conseguir para sus hijos matrimonios ventajosos, partimos de que una de las causas de que ella fuera elegida reina, fue la posibilidad de recuperar influencia y territorios en Italia; lo habíamos perdido todo tras el Tratado de Utrecht. Así que elaboró un ambicioso plan para el que utilizó una hábil diplomacia, colocando bien a todos sus vástagos. Para el futuro Carlos III consiguió el reino de Nápoles y las dos Sicilias, tras una guerra en la cual se demostró que los napolitanos preferían a los españoles antes que a los austriacos, para Fernando, su amado ducado de Parma, de hecho, con él empezó la dinastía Borbón-Parma, para al Infante D. Luis, su hijo predilecto, los arzobispados de Toledo y de Sevilla, aunque años después renunciara a la vida eclesiástica…
        –Pues eso supondría la mitad de las rentas de la Iglesia en España.
        –O más. A su hija Mariana Victoria la casó con el rey de Portugal y Brasil, a María Antonia Fernanda con el duque de Saboya, a María Teresa Rafaela con el delfín de Francia, aunque murió de sobreparto a los 20 años…
        –La verdad es que no los dejó descalzos.
        –Somos muy dados a no valorar en su justa medida a los grandes protagonistas de nuestro pasado. La historiografía se ha centrado en la parte negativa de su reinado, y no en sus grandes logros; es necesario un estudio más a fondo para recuperar su figura.
        –¡Menuda conferencia me has dado! –afirmé orgulloso. Sara se ruborizó ligeramente–.
        –Así tienes algún conocimiento más sobre aquellos años.
        –Seguro, aunque me quedo con lo que pasaría durante aquellas seis horas en el Palacio del Infantado entre Felipe e Isabel ¿Podrías ampliarme un poco más esa información? ¿Tienes más datos?           –pregunté reiterativo mirándola con picardía. –Sara rio.
        –Espero que lo que pasó allí se quede corto con lo que pase esta noche. En caso contrario, te convertiré en un “castrati” –Sara soltó una carcajada, e hizo otra vez el gesto de la tijera con sus dedos a la altura del cinturón de mi pantalón con disimulo. Yo, volví a tragar saliva teatralizando en exceso–. ¿Seguimos?
        –Sí. Mejor… Me estás empezando a dar miedo, pareces “Eduarda manostijeras”. Haré lo que sea para conservar mi natural y abaritonada de voz –dije cogiéndole la mano y apartándola con fingida decisión de mí cintura. Ambos reímos; nos seguíamos divirtiendo en el museo–.

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