domingo, 4 de agosto de 2024

LA PAMPANA.

 


Desaparecida Puerta de la Mata. Ciudad Real

RELATO HISTÓRICO: "LA PAMPANA".

Autor: Luis Miguel Morán Bregel.

              Gonzalo Muñoz sentía bullir sus pensamientos aquella mañana del 23 de febrero de 1484, mientras se acercaba, poco antes del amanecer, a la Puerta de la Mata para ver como el sol salía a través de su vano.
              –Si no fuera tan macabro incluso parecería gracioso –se dijo llegado ante la mole pétrea rememorando la expresión irónica que utilizaban los vecinos de Ciudad Real para apellidar el cadalso que la Inquisición había construido allí, donde se quemarían los condenados presentes y ausentes, “el braserillo”; aquel apelativo que circulaba como común chanza, zumba cruel y coloquial, chasco de garitos de fulleros y bigardos, como una hablilla más de tabernas y mancebías.
              Meditó entonces sobre el intrincado sistema judicial inquisitorial que no le había permitido ejercer su labor con la eficacia y el respeto que se debía a la vida humana, algo a lo que aspiraba como bachiller. Su formación como letrado en la Universidad de Salamanca daba a sus ideas cierto aire de modernidad renacentista que chocaba frontalmente con el Tribunal del Santo Oficio, institución para la que trabajaba. Pero… de algo había que vivir.
              Frente a aquella monumental construcción esperó la salida del sol entre sus torreones, bajo la silenciosa y escrutadora mirada de un altar donde se celebraban misas, antigua capilla de la Virgen de la Soterraña.
              –Bonito día y lugar para morir –pensó sarcástico intentando aplacar la intensa pesadumbre que padecía.
              Una vez el astro rey hizo su aparición por el horizonte, Gonzalo Muñoz traspasó la puerta y se volvió hacia ella, esta vez sintiéndose extrañamente amparado por el escudo con las armas de los Reyes, Isabel y Fernando. En ese momento recordó emocionado a su defendida.
            Había intentado demostrar la fe cristiana, sincera y real de María, su formación familiar y su educación, sustentada en la religión católica, sojuzgada bajo el férreo yugo matrimonial ejercido por Juan González Pampán; apóstata, hereje, judaizante y maltratador. María declaró que fue su marido el que la obligaba a oír las oraciones judías, a cocer y comer pan cenceño, a guisar los viernes para guardar los sábados y vestir ropas blancas limpias de lino ese día, y que era él el que educaba a sus hijos en las Leyes de Moisés, no ella.
               Toda la acusación ante el tribunal de la herética pravedad llevada a cabo por el clérigo, Fernán Rodríguez del Barco, capellán del Rey y fiscal de la Santa Inquisición, se fundamentó en demostrar que María había mentido en su declaración del “tiempo de gracia”, período que otorgaba el tribunal una vez establecido para que los que consideraban haberse desviado de la verdadera fe confesaran sus pecados, se arrepintieran, y pidieran clemencia y penitencia, intentando salvar su vida. María no había mentido, pero los siete testigos que presentó en su favor, reducidos a cinco por el tribunal, quizá eliminando así los testimonios más beneficiosos para a ella, sólo pudieron aportar datos propicios de los dos últimos años, cuando se pretendía juzgar toda su vida. El tribunal tampoco quiso comprobar si su cuerpo presentaba rastros de los maltratos que ella confesaba, alguna cruel cicatriz que convertir en instrumento de salvación y, además, ella había confesado haber respetado algún sábado cuando ya su marido la había abandonado, aunque se había arrepentido de ello y había cumplido penitencia al habérselo confesado al párroco de su colación, el de Santiago. Y finalmente, pensó en aquellos testimonios que acabaron condenándola definitivamente; las declaraciones de los testigos del fiscal y las delaciones maledicentes de algunos conocidos, especialmente la de aquella mujer, antigua criada de su marido, quien la inculpara con más inquina por judaizar con asertos denigrantes y falsos, cuya identidad el tribunal le ocultó y que quizá movida por odio o por celos enfermizos guardados en su corazón desde hacía años, la acusara de no comer liebre, animal inmundo para los judíos, o de comer gallina en Viernes Santo.
              Gonzalo Muñoz, cruzó el vano de nuevo, se giró y permaneció durante unos breves instantes absorto ante la extrema belleza de la alborada. Finalmente, el sol le cegó. Entonces, el letrado dio media vuelta y, pensativo, cabizbajo y taciturno comenzó a caminar en dirección a la Plaza Mayor, sin volver la vista; la majestuosa e hiberniza luz del amanecer manchego se le parecía demasiado al fuego injusto, arbitrario y cruel que iba a devorar aquellas vidas condenadas. En aquel momento, horas antes del auto de fe, el bachiller comenzó a escuchar en su interior los gritos, ahogados por el terror, de María González, “la Pampana”, mientras ardía y era engullida por la muerte, algo que le perseguiría el resto de su vida.
 
 
*En aquella vorágine de sinrazón, intolerancia, odio, prejuicios, delaciones, falsedades y muerte, entre el día 6, 23 y 24 de febrero fueron quemadas 34 personas vivas y 40 en efigie (se quemó su estatua), en Ciudad Real, entre ellas, María González, “la Pampana”. cuyo proceso judicial se puede consultar en la Biblioteca Cervantes Virtual.
 

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