martes, 28 de abril de 2020

POR EL MUSEO DEL PRADO CON SARA. SANTA MARGARITA DE TIZIANO.


      –Bueno, nos dejamos de sensiblerías, parecemos adolescentes –Sara se soltó y me cogió de la mano. Aún se le notaba que se le habían saltado las lágrimas–. No sé cómo lo haces, pero siempre consigues…
        –Sólo he dicho que pensaba en Roma y…
        –Vale, no empieces otra vez. –Sara se giró para que yo no viera que volvía a emocionarse.
        –De todos modos, no sé por qué te pones así. Sólo es un recuerdo, mi recuerdo.
        –También es el mío –añadió ella con los ojos llorosos y un evidente nudo en la garganta.
        –¿Tanto te hice sufrir allí? –le pregunté ironizando y sonriéndole.
        –Fui muy feliz, tontaina.
        –Yo también, y no me pongo a pingar el moco cada vez que lo recuerdo –dije bromeando volviéndola a atraer hacia mí, sonriéndola, obligándola a que me mirara a los ojos, poniendo mi mano bajo su mentón–. Entonces es que ahora no eres tan feliz. Estarás pensando en que es hora de dejar las reliquias de un lado, que para cosas viejas ya tienes bastantes con las que estudias. Quizá es que quieres cambiarme por un maromo joven, atlético e inteligente. Según tu amiga Esther “hay mucho moscón revoloteando en Toledo”.
        –Uso repelente –contestó con aparente sequedad, mientras me cogía la mano que tenía bajo su mentón, la retiraba, y volvía a bajar su rostro. Entonces la tomé por la cintura.
        –Son buenos recuerdos, Sara. ¿Estás mejor? –le dije ahora algo preocupado.
        –Sí. Sabes… No hay mucha gente que me divierta, pero ahora mismo sólo hay un boberas que me hace llorar.
        –Presente, entonces. Soy, el boberas, soy un tormento para ti    –concluí bromeando de nuevo, haciendo un poco de teatro–.
        En aquel momento se nos acercó uno de los vigilantes de sala de aquella gran galería.
        –Buenos días. ¿Se encuentra bien, señorita?
        –Sí, gracias –contestó Sara girando luego el rostro, mirando hacia mí–. Muy bien.
        –Es que me pareció que estaba algo…indispuesta. Entonces creo que ya sé lo que le sucede, y perdone si les parezco impertinente, pero es que tengo un amigo que usa mucho una frase latina que a mí me hace mucha gracia, “Amor tussisque non celatur” –Sara rio, no sólo por su significado, sino por la cara de ignorante que debí poner. El celador continuó–, “El amor y la tos no se pueden disimular” Sigan disfrutando de la visita –finalizó sonriente, guiñándome y despidiéndose con un gesto de cortesía con la cabeza, dándose luego la vuelta para seguir con su trabajo.
        –¿Estás mejor? Prometo no recordar Roma nunca más. Y una sugerencia; tontaina y boberas me lo llamas mucho, creo que te conviene utilizar nuevos términos para no aburrirte y evitar la monotonía semántica como estólido, estulto, sancirolé o sansirolé, que de ambas maneras se puede decir. Recuerdo que mi madre me llamaba sinsorgo y mi padre soso.
        –Eres un payasete –concluyó sonriéndome y tomándome de la mano–. ¿Seguimos?
        –Cuando quieras. Yo ya le había echado el ojo a un cuadro.
        –¿Cuál?
        –Ese de allí. –Le señalé.
        –“Santa Margarita” de Tiziano.
        –Me ha llamado la atención el color verde de su vestido, y dicho sea de paso, lo pegado que lo lleva al cuerpo si es una santa.
        –Ya decía yo…
        –Bueno, es que además de mancharme la chaqueta con tus lloreras, has estado muy cerca y había pensado que… –me incliné para besarla.
        –Quieto. Te voy a… –Sara amenazó con darme otro puñetazo en el hombro, pero no acabó de hacerlo al comprobar que el vigilante nos saludaba divertido, mirándonos desde la otra sala–. Deja de hacer el ceporro, nos estás dejando en evidencia.
        –De acuerdo, me rindo –añadí dándole la mano–, pero mejor que ceporro podrías utilizar gaznápiro, e incluso babieca, suenan más contundentes, parece como que uno es más lerdo aún.
        –Estoy hasta el cogote de tus palabrejas –Ella rio–. Anda, vamos con “Santa Margarita”. Ya que te has fijado en ella te contaré algo sobre la pintura –concluyó resignada–.
        Como estábamos en la misma sala que en “El Lavatorio” de Tintoretto, no tuvimos más que dar unos pasos.
        –El verde de la vestimenta me suena mucho… –deje la frase en suspenso–.
        –Es el mismo que el de la figura femenina que está de espaldas en la “Gloria”.
        –Ya. El de la sala de al lado.
        –Exacto. Felipe II tuvo dos cuadros de Tiziano sobre esta santa, uno está en el Escorial realizado en 1552, que es de peor calidad, y el otro es este. Esta versión debió de pertenecer a su tía María de Hungría, y fue pintado en 1565 ¿Has oído hablar alguna vez del libro “La leyenda aurea o dorada”?
        –Creo que sí, pero no recuerdo.
        –Vale. Fue escrito en el s. XIII por el dominico Jacobo-Santiago, de la Voragine que era arzobispo de Génova. Recoge relatos sobre la vida de alrededor de 180 santos. Fue un libro famoso, muy leído y muy copiado; sirvió de inspiración iconográfica para muchos artistas. Bueno… pues en ese libro se narra la historia de Santa Margarita de Antioquía, hija de un sacerdote pagano. Educada por su nodriza, que era cristiana, a los doce años decidió bautizarse. Su familia, enojada, la expulso de su casa. Cuando contaba 15 años, mientras cuidaba unas ovejas, un prefecto romano la vio, y quedó prendado de su belleza.
–Como yo de ti –añadí zalamero–.
–Parecido solo que, al querer casarse y ser rechazado, se cabreó un poco…
–Pues no te lo propondré por si las moscas.
–No pruebes por si acaso –añadió Sara sonriéndome–. Ante aquella negativa en la que ella declaro que consagraba su vida a Cristo, el prefecto la encerró en un calabozo.
–No tenía buen perder el muchacho.
–No, al contrario, muy malo. Allí, la santa fue engullida por el diablo que adoptó la forma de un dragón, quien la vomitó al hacer ella la señal de la cruz. Otra versión que aporta el mismo Jacobo de la Vorágine es que el dragón la engulló, y que ella reventó las entrañas de la bestia apoyando en ellas una cruz que portaba. Esta versión es la que debió de parecerle más apropiada o teatral a Tiziano, y es la que escenificó.
        –Por eso lleva el vestido tan pegado, y el pelo húmedo. El dragón le ha llenado de jugos gástricos… ¡Qué asco!
        –La ropa está muy bien pintada. Parece más una escultura que hubiera sido realizada con la técnica tan desarrollada por el griego Fidias de los paños mojados. Crea un juego de luces y sombras con el que da la impresión que ciñe la ropa a la piel. En este caso convierte a la Santa en una figura ciertamente sugerente, en eso no te voy a quitar la razón.
        –Y enseña la pierna, no se te olvide. Menuda santa tan picaruela –añadí jocoso.
        –El caso es que luego fue torturada de varias maneras, sobreviviendo milagrosamente. Al final, decidieron cortarle la cabeza para terminar con su vida.
–A eso se llama tomar un atajo, cortar por lo sano.
–O ya estaban cansados de torturas. Tiziano se inspiró en la “Santa Margarita y el dragón” de Rafael que pudo ver al ser comprada por una familia acaudalada de Venecia, y en la “Judith” de Giorgione, pintor local algo anterior a él. Te las enseñó en el móvil para que veas a que me refiero –Sara hizo las búsquedas pertinentes para mostrarme ambas obras-. Ves, de la de Rafael toma la postura, ese claro contrapposto de la santa, con los brazos dirigidos hacia un lado y la cabeza mirando hacia el otro, la roca que sirve como ambientación y el crucifijo, y de Giorgione copia la pierna desnuda. Y esta otra, ya que ha salido en el buscador, es  otra “Santa Margarita y el dragón”, copia de David Teniers de la obra Rafael.
–Se ve la influencia de ambos en Tiziano. Está clara.
–El resto del cuadro puede parecer confuso en cuanto a la iconografía que se pude relacionar más con San Jorge o Santa Marta; el fondo de la ciudad en llamas, que podría ser Venecia, o la calavera. Y hay una clara diferencia en cuanto a los acabados del primer plano y los del paisaje. Fíjate como le interesa dejar perfectamente definida la figura de la santa sobre el resto del cuadro; la saca al primer plano de la composición perfilándola con un trazo negro. El vestido, es una maravilla, igual que la definición de las sombras en el rostro en labios, nariz y ojos. Ahora, si yo me tengo que quedar con algo de este cuadro, sería con la mano derecha de la santa, es preciosa.
–Muy bonita. Está pintada con mucha delicadeza.
–En general, la figura presenta una sensualidad no muy acorde con un cuadro religioso, incluso hubo quien se atrevió a alzar la voz sobre es pierna desnuda.
–No lo haré yo, y bien lo sabes –bromeé–.
–Lo sé. Tú hubieras preferido que el dragón se hubiese comido el vestido y devuelto a la santa como vino al mundo.
–No había pensado en ello, pero ahora que lo dices…
–Y en cuanto al fondo ya no tiene esa nitidez. Está algo más elaborada la parte del cielo, el dragón, la calavera o la roca, y más deslavazado, más etérea, a base de pinceladas sueltas, la ciudad en llamas o el mar. Y creo que eso es todo lo que se me ocurre. Espera, en la parte izquierda nos insinúa como riela la luna sobre el agua con trazos sueltos de color blanco, y una embarcación y su ocupante en negro. Hay que fijarse bastante, sobre todo para apreciar la barca.
–¡Eso sí que no lo hubiera visto! –comenté impresionado–.
–Para eso me tienes a mí. Y para muchas otras cosas, claro. Si quieres –comentó insinuante volviéndose a morder el labio inferior con sensualidad mirándome fijamente–.
–Querer…lo que se dice querer, seguro que sí. Si es que… no hay nada mejor que recordarte Roma para… –Sara me interrumpió dándome una colleja.
–Calla o te sacudo otra más gorda –añadió riéndose–.
–Por cierto, ¿tienes un vestido verde para esta noche? Me gustaría poder subírtelo por encima de la rodilla. –Enarqué mis cejas repetidas ambientando mi insinuante sugerencia, mientras la cogía de la cintura de nuevo.
–No, creo que no. Además… –me volvió a susurrar aquella proposición irrechazable que me había alterado tanto hacia un rato.
–Apoyo la moción, no necesitamos ningún vestido para eso –concluí jocoso antes de dejarme llevar de nuevo donde quiso.

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