lunes, 28 de octubre de 2019

Y QUISO MIRAR LA VIDA A TRAVÉS DE SUS OJOS.



        Sentado en aquella soleada y apartada terraza, disfrutaba de la lectura de una buena novela. El camarero le interrumpió cuando le sirvió su café preferido, un ristretto. Entonces, pidió miel para endulzarlo levemente, y comenzó a revolverlo con parsimonia, dejando deliberadamente que su mente girara al compás del remolino que creaba la cucharilla, que quedara atrapada entre la bruma del tiempo y de sus recuerdos…
Apenas se conocían. Habían intercambiado durante meses corteses saludos, breves frases intranscendentes, algunos chascarrillos quizá insinuantes, conversaciones superficiales sobre sucedidos personales y algún que otro efímero, ocasional y coqueto intercambio de visajes, aparentemente sin pretensiones, sin intenciones…
Pero aquel día, uno de los dos, no importa quién, porque probablemente ninguno lo recordara con certeza, dio un paso adelante, y ambos se sentaron en torno a una cándida y humeante taza de café.
Y fue aquella preciosa tarde invernal de cielo añil, terroso ya en el horizonte muy próximo al ocaso, pintada de suaves trazos de nubes irregulares casi inmóviles suavemente mecidas por una casi inexistente brisa, cuando él, sin darse cuenta, se imaginó viendo la vida a través de unos ojos que no eran los suyos. Acostumbrado a transitar en la comodidad de la soledad, estaba a punto de asomarse a un precipicio ignoto en cuyo fondo corría el peligro de ser engullido por las aguas bravas e indomables de una nueva ilusión. Y sin proponérselo, sin pensarlo, soñó…, ¿cómo pudo suceder?
Aquellos ojos… ¿eran glaucos? ¿quizá esmeralda? Se dio cuenta de que nunca los había observado con aquel deseo, de aquella manera tan intensa. Su mirada había pasado hasta ese momento con suavidad por aquel pequeño, dulce y bronceado rostro, con la levedad inocente de la amistad. Pero esta nueva mirada, era muy diferente, era una fantasía, era un anhelo, era… una caricia, una caricia limpia y pura, melosa y delicada, pero era una caricia.
El vértigo se apoderó de él, era muy arriesgado intentar ver la vida a través de aquellos ojos. Era consciente de que se estaba dejando atrapar en un profundo arcano, un misterio abisal peligroso y desconocido del que difícilmente podría huir. En un definitivo arranque de valentía, fijó su mirada con decisión en aquellos ojos sinceros, tiernos, pícaros y pueriles. Inmediatamente se sintió perdido, alanzado por un intenso resplandor electrizante y paralizador. No había palabras, sólo silencio y la sensación de que un placentero dedeo recorría su cuerpo, como si aquellos ojos guiaran con agilidad y destreza a un experto pianista que, certeramente, recorría tabaleando su expuesta, receptiva y sensible piel con su agradable melodía.
–Y ahora… ¿qué? –se dijo descompuesto, abrumado por aquel cúmulo de olvidadas sensaciones.
De repente, no había respuestas, sólo preguntas, muchas preguntas escritas con dolor y pánico, con un miedo cerval.
–¿Se habrá dado cuenta? –se cuestionó.
–Pues claro que se ha dado cuenta, estúpido –se contestó apesadumbrado inmediatamente al percibir su leve y algo forzada sonrisa, un rostro que le devolvía un “no” cargado de sincera e intensa tristeza, mientras a él se le derramaba torpemente el azúcar sin haber atinado a depositarlo en el interior de la taza de café, cubriendo la mesa de pequeños granos blancos.
Entonces ella se levantó, le tomo de la mano y le acarició con sus ojos, ahora ligeramente melancólicos y aguanosos, dejándole, durante unos breves instantes, mirar la vida a través de ellos, quizá por pura compasión, quizá para que comprobara que aquello… era imposible. Luego, rozó su mejilla suavemente con el dorso de la mano y se fue, dejando inconscientemente una estela vaporosa, el aroma de un sueño, y lacerante, una daga envenenada de esperanza clavada cruelmente en el fondo del alma.
Desde aquel día, él nunca se atrevió a mirarla a los ojos… Y, el café…lo empezó a edulcorar con miel; la albura del azúcar le recordaba demasiado a aquella fugaz mirada, y a aquella dolorosa caricia.

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