Ambrosio Spinola fue uno de esos personajes excepcionales que participó en la construcción de nuestra historia. Es una lástima que gran parte de los españoles no
sepan quién es. Quizá algunos lo recuerden de algún capítulo de la serie
televisiva el Ministerio del Tiempo, de alguna mención en los libros de Reverte
sobre el Capitán Alatriste, de alguna obra de Martínez Laínez o de José Javier
Esparza (estudiosos de la época y de los tercios). A lo mejor, los más, han
tropezado con el cuadro de Velázquez, la rendición de Breda, en el que nuestro
protagonista recibe las llaves de la ciudad con magnanimidad de las manos del
derrotado Justino de Nassau.
A mí me
parece imperdonable que nuestros jóvenes y niños, y no tan jóvenes y no tan
niños, no conozcan nada sobre la vida de un personaje de nuestra historia tan
importante e interesante, un hombre que vivió aquellos tiempos en los que
España era aún dueña de un Imperio, dónde todavía palabras como honor, honra,
prestigio, valor, lealtad, reputación o patria tenían un significado (habría
que hacer un esfuerzo por darlas sentido en el país en que vivimos, lugar en el
que triunfa sin pudor la ocurrencia y oportunidad política, y la indigencia
moral e intelectual)
En este
libro, José Ignacio Benavides, abogado y diplomático, nos desmenuza la vida y
obra de Ambrosio Spinola. Se trata de una biografía abordada desde diferentes
vertientes: personal, política, diplomática y militar. El título del libro es
suficientemente ilustrativo, “SPÍNOLA, CAPITAN GENERAL DE LOS TERCIOS. DE
OSTENDE A CASAL”; y es que el texto se centra en los años de actividad del
protagonista a las órdenes de la corona española, principalmente en Flandes;
aunque también en Italia (1602-1630)
Recuerdo con cariño una buena conferencia de
Juan José Luna en el Museo del Prado (y la recomiendo porque es un estupendo
conferenciante, con un punto humorístico e irónico que hace que interese todo
lo que cuenta), en la que habla mucho sobre Spinola y su familia a propósito de
los cuadros de batallas que encargó Felipe IV para el flamante Salón de Reinos
del Palacio del Buen Retiro que esperemos ver pronto recuperado con el nuevo
proyecto que va a ponerlo en valor. Hay que reconocer que el mejor, con
diferencia, de aquellos doce cuadros de batallas, de los que sólo se conservan
11, es el de Velázquez; La rendición de Breda, conocido coloquialmente como
“Las Lanzas”, aunque allí lo que se ven no son lanzas, sino picas, las picas
victoriosas de nuestros gloriosos tercios. (Velázquez probablemente conociera
de primera mano el escenario de ese cuadro tras haber compartido viaje a Italia
con su principal protagonista, Spinola, quien le pudo contar como fue la magna
empresa de la toma de Breda)
Haciendo memoria, debemos saber que Spinola
nació en Génova en 1569 en el seno de una de las familias poderosas de la
ciudad, siempre en constante disputa con los Doria. El apellido Spinola parece
ser que tiene su origen en la Edad Media, cuando sus antepasados se trajeron de
Tierra Santa un trozo de la corona de espinas de Cristo, una espínula, como
reliquia.
Su hermano Federico se inclinó en seguida por
la carrera militar, mientras él se encargaba del manejo de las finanzas. Pero
todo esto cambió súbitamente cuando, en 1602, Ambrosio decide pertrechar sus
propias tropas para ponerlas a servicio de la corona española en Flandes. Y
aquí comienza la transformación de un hombre de negocios en un militar de prestigio,
aunque, en el fondo, su formación financiera siempre influyera sobre la
castrense. Spinola se reveló como un gran organizador, un buen planificador y
gestor, y un pragmático ejecutor; siempre procuró acometer los diferentes retos
en el campo de batalla con la certeza de que podían ser factibles desde los
puntos de vista económico y humano; no era amigo de aventuras, algo que
agradaba a su tropa y redundaba en la fidelidad de los suyos.
A pesar de las muchas críticas recibidas
desde España por no ser castellano, ni militar de formación, triunfó y se ganó
la confianza de Felipe III. Fue su hombre fuerte en Flandes durante el gobierno
del Archiduque Alberto e Isabel Clara Eugenia, hasta el punto de que llevó
consigo las interesantes instrucciones secretas que en 1606 redactara el rey
para que, en el caso de que fallecieron cualquiera de los dos miembros de la
pareja de gobernadores sin descendencia, Flandes volviera a ser una posesión
patrimonial de la monarquía hispana, por lo civil o lo militar , algo que al
final sucedió sin más contratiempos tras la muerte del Archiduque Alberto en
1621, aquejado durante muchos años (no podía ser de otra manera) de la
inseparable podagra de los Austrias.
Con el ascenso al trono de Felipe IV a la
muerte de su padre, Spinola siguió prestando sus valiosos servicios a la monarquía,
pero dando un giro a su anterior posición respecto al rey; se convertirá en el
gran valedor, defensor y protector de la gobernadora Isabel Clara Eugenia, que
siguió ejerciendo el cargo a petición de su sobrino, Felipe IV, hasta su
fallecimiento en 1633.
A pesar de su ingenio, su talento y sus
campañas victoriosas —ejemplos hay unos cuantos, pero merecen la pena ser destacados
la toma de Ostende o la de Breda—, a pesar de haber recibido los más altos
honores de la corona como fueron el ser nombrado Caballero de la Orden de
Santiago, recibir el Toisón de Oro, el marquesado de los Balbases, o la
Capitanía general de los tercios y la Comandancia del Ejército en Flandes, Spinola
se enfrentó a muchas dificultades tanto personales (empeñó su fortuna al
servicio de la corona e hizo frente a las desgraciadas muertes de su hermano y
esposa), como en el ejercicio de su liderazgo militar, siempre luchando contra
la incomprensión de Madrid y la debilidad de la hacienda de la corona, y contra
la permanente escasez de tropas y la falta de recursos para mantenerlas, con
los motines siempre sobrevolando el aire bélico de los Países Bajos.
El final de su vida se vería rodeado por la
ingratitud de una España gobernada por el Conde-Duque de Olivares quien no le
tenía ninguna simpatía. Su postrero viaje a Madrid en busca de los recursos
necesarios para luchar en Flandes le sumieron en la enfermedad y en el desánimo
ante los nulos avances de su gestión. Incluso tuvo el valor de negarse a
regresar al mando de sus tropas si no era con unas garantías mínimas de poder
llevarlas a la victoria en el campo de batalla. Finalmente fue destinado a Italia
donde se vio involucrado en otro de los errores políticos de Olivares a
propósito de la sucesión en Mantua.
La puntilla final puede que se la diera su
propio hijo. Viejo, cansado, deprimido y humillado, conoció que, en un acto
para él impensable e imperdonable, su vástago había huido rompiendo cincha del
campo de batalla del puente de Cariñán, junto al resto de tropas españolas. No
extraña que en su propio lecho de muerte pudiera decir: “me han arrebatado la
honra, la reputación y la salud”. Murió en Castelnuevo Scrivia en 1630.
Jose Ignacio Benaviedes nos presenta un libro
muy interesante, escrito y documentado por un apasionado y experto en aquella
época. Con el tiempo será objeto de una segunda lectura más reposada que esta
primera (es muy complejo el análisis de un conflicto como el Flandes, tan largo
en el tiempo, al que se le sumó la endiabladamente complicada Guerra de los
Treinta años), He leído un buen libro de historia, política y diplomacia, y he
disfrutado del acercamiento a la personalidad de uno de nuestros grandes
olvidados, Ambrosio Spinola, un magnífico Capitán General de los Tercios de
Flandes.
¡Santiago, cierra España!
Siempre bueno.
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